lunes, marzo 30, 2009

Pequeños asuntos de un día corriente

Acabo de saber de la existencia de un término que se aplica en psicología que define exactamente mi estado de ánimo actual. Se trata de la Indefensión aprendida o adquirida, que se aplica por lo general a todas equellas personas que, hallándose en una situación más o menos compleja, se muestran predispuestas a permanecer pasivos frente a un problema que consideran no tiene solución. Cabría hablar, pues, de una suerte de resignación frente a la naturaleza inamovible de las cosas. Yo, no sé si por la edad o por desidia, o porque una cosa conduce inevitablemente a la otra, cada vez me complazco más en adoptar esa aptitud: que el mundo y sus pequeñas tiranías me resbalen como la lluvia lo hace en el vidrio. O su alternativa menos lírica felizmente popularizada por el entrañable Labordeta: a la mierda con todo.
Mi mujer se ha sumado a esa moda tan innecesaria de desvelar los pormenores de asuntos cuya naturaleza no debería nunca ser revelada. Ahora le ha dado por hacer un Making Of de los platos que tiene a bien cocinar. Lo más intorelabe es que revela con especial fruición aquellos platos alguno de cuyos condimentos yo detesto o me producen rechazo desde la más tierna infancia. Se planta delante de mí mientras engullo el plato y después de observarme en silencio con expresión de cierto deleite malévolo, me pregunta si me ha gustado, y cuando le digo que sí casi en estado de somnolencia a causa del opíparo condumio, y asintiendo con la cabeza al tiempo que me froto la barriga y casi hurgo entres los intersticios de mi dentadura con un palillo, ella se levanta y empieza a señalarme con el dedo índice y me revela en nombre del fatídico condimento a la vez que rie como lo hace todo malo de película.

Salgo a la calle, y en mitad de ella me cruzo con el señor Ángel y cambio una pocas palabras con él. Es un hombre octegenario de una vitalidad y lucidez fuera de lo común en edad tan avanzada. Siempre que nos encontramos aprovecha para rescatar alguna anecdota de la guerra o me explica algún chiste. ¿Sabes cuál es el lugar más seguro para resguardarse de una tormenta eléctrica especialmente virulenta?, me pregunta en esta ocasión. No, respondo. Al lado de tu suega, porque no hay rayo que las parta, añade con una sonrisa taimada mientras se aleja con su andar característico, las manos cruzadas a la espalda, como en un estado permanente de reflexión.