miércoles, mayo 24, 2006

Testimonio de un hijo acosado (o cómo echar a un gorrón de casa)


Quisiera aprovechar la oportunidad que me brinda este blog para denunciar el acoso sistemático del que estoy siendo objeto por parte de mis padres. Resulta que de un tiempo a esta parte he percibido cierto cambio de actitud en el trato que habitualmente me dispensan. Al principio pensé que se trataba de una de esas disputas que surgen en los matrimonios, en las que, por lo general, se suele utilizar al hijo como arma arrojadiza, de manera que no le di mayor importancia y seguí a mis cosas como si nada ocurriera. Sin embargo, hace una semana descubrí que el motivo de su enfado no era otro que yo. Dado que no fui hasta ese momento capaz de advertir nada, ambos, mi padre y mi madre, decidieron, al parecer, incrementar su hostigamiento a fin de que me diera de una vez por enterado, a tal punto que ya no pude soportarlo más y les pregunté cuál era la causa por la que de repente, de la noche a la mañana, habían decidido hacerme la vida imposible con maniobras tales como, por ejemplo, no preparar la comida a la hora en que mi madre tenía por costumbre, con el consiguiente trastorno en mis hábitos alimenticios, o bien realizar escándalo a esa hora temprana en la que uno considera que no es saludable despertarse todavía. Mi padre contestó, con muestras de evidente irritación, que en todo caso lo que en modo alguno era saludable y mucho menos tolerable era levantarse cada día a las once de la mañana. Yo, en mi disculpa, respondí que cada persona necesita unas determinadas horas de sueño que resulta desaconsejable perturbar so pena de padecer alguna dolencia que deteriore el metabolismo de forma irremediable. Mi madre, dando al traste con ese supuesto que ha pasado de una generación a otra según el cual las madres siempre se baten en defensa del hijo, salió entonces en apoyo de mi padre aduciendo que jamás acabaría la carrera si no adoptaba el hábito de madrugar, y que si seguía así, añadió mamá con no poca insistencia, debería sumar a los siete años transcurridos desde que entrara en la universidad otros tantos, cuando sólo se necesitaban tres para acabarla. Ese comentario me dolió en el alma porque puso de manifiesto la evidencia de que mis padres no han sabido apreciar, durante los siete años de facultad, los esfuerzos denodados que he tenido que llevar a cabo para sacar adelante los estudios que, como consecuencia de mi carácter meticuloso y perfeccionista, es cierto que he preferido cursar en más años con idea de que no se me escapara nada y todo me quedara perfectamente claro, es decir, al objeto de ser un buen profesional en lo mío y no el clásico muchachote que acaba la carrera sin una preparación concienzuda. Les dije a mis padres que me dolía en extremo que no supieran apreciar el esfuerzo y el sacrificio que derrochaba en clase para traer a casa, en el futuro, un título del que se sintieran orgullosos. Mi padre dijo entonces que hacía tiempo que él y mi madre habían perdido toda esperanza de sentir algo por mí que pudiera parecerse remotamente a orgullo. Semejante confidencia ha sido el detonante que me ha hecho comprender por fin cuál era el motivo de su cambio de actitud y lo que yo consideraba un comportamiento vergonzoso hacia mí, su primogénito, sangre de vuestra sangre, les he señalado al tiempo que les recordaba que no hacía falta armar tanto alboroto ni llegar a esos extremos si su intención era que me independizara y les dejara en casa solos. Papá ha mostrado su contento de que por fin yo entrara en razón y me ha preguntado cuándo pensaba empezar a buscar piso, yo le he respondido que en cuanto tuviera un momento libre me pondría a hacer acopio de voluntad para poder levantarme temprano, lo cual sería el primer paso para asistir a clase, lo que a su vez sería indispensable para acabar la carrera, lo que, en definitiva, me pondría en disposición de ganar un sueldo más o menos decente que debería quedarme íntegramente y con el que, por fin, estaría preparado para afrontar la decisión de buscar casa. Todo era, le dije a mis padre, cuestión de tiempo.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Qué parte de NO a los textos largos no entiendes.

Anónimo

Anónimo dijo...

Pues no lo leas.

Anónimo dijo...

¡Uf! pobres padres...

Anónimo dijo...

Tu siempre con en tu linea de respuestas: pues no lo leas, yo soy asi....

Anónimo dijo...

O sea que el cabreo de mis padres al ser informados de mis intenciones de dejar los estudios para mas tarde ir a vivir por cuenta propia con 20 años, era solo para despistar y darle mas protagonismo a la hoy heroica acción. De eso ya hace mucho, casi es una leyenda

Anónimo dijo...

Sospecho que el cabreo de tus padres, seas quien seas, no era tanto por que te marcharas de casa como porque abandonaras los estudios. Tras 20 años educando a un hijo para que se haga una persona de provecho quiza abandonar los estuidos es constatar que los 20 años que han estado educando a su hijo han sido una pérdida de tiempo. No es mi opinión, sólo trato de entender el razonamiento paterno.