No estimado sr. Bush:
Espero que a la llegada de esta carta sea usted víctima de dolorosos retortijones que lo desidraten patas abajo con la misma rapidez y eficacia con la que la Administración que usted preside arrasa países. Yo bien, no gracias a Dios sino a que por azar no nací en Afganistán o Irak, mal que a usted le pese.
El motivo de la presente es felicitarlo a usted y a sus asesores por la labor realizada durante su mandato, en el transcurso del cual le satisfará saber que ha dilapidado el prestigio de su país como ningún otro presidente había podido hacer hasta la fecha, y no será por voluntarios ni ocasiones. En efecto, pese a que muchos de los inquilinos que le precedieron en la Casa Blanca se empeñaron con esfuerzo denodado en llevar a cabo toda suerte de tropelías en aquellos países susceptibles de ofrecer beneficios, ninguno manifestó tan escasas actitudes para realizar algo honrado o provechoso o mínimamente honesto en beneficio de la humanidad como sin duda sí ha manifestado usted de forma reiterada y a conciencia, entre las que cabe señalar una especialmente dolorosa porque atañe al imaginario colectivo de todos aquellos que han crecido viendo en el cine norteamericano cómo el séptimo de caballería acudía a son de corneta en auxilio de los mismos desvalidos que ahora huyen despavoridos a refugiarse de los marines que a golpe de hip-hop arrasan aldeas como una hueste de sanguinarios forajidos.
Bien por activa (las torturas de Abu Ghraib, los asesinatos indiscriminados a manos de marines de civiles en Haditha), bien por pasiva (el huracán Katrina) no ha habido un solo día en que no se haya vertido abundante sangre inocente por su culpa, de lo que no me cabe duda su esposa e hijas se sentirán sumamente orgullosas e imagino que, a esa edad provecta en la que los nietos se arremolinan en torno al orgulloso abuelo, usted se sentará junto a los suyos al arrimo de una cálida chimenea a narrarles cómo hay que hacer para asesinar a niños como ellos y salir indemne. A ese respecto, el planeta entero agradece unánimemente su interés a que la población mundial no aumente más de lo estrictamente indispensable, y asimismo lo emplazamos a que en el futuro, para acabar cuanto antes y evitar el incesante goteo de fallecimientos constantes y la rutina que de ello se deriva, arroje sobre los países que usted considere oportuno alguno de los muchos misiles nucleares que, para nuestra tranquilidad, están a su disposición y mando, y de los cuales cabe recorda el grato recuerdo que guarda la población civil japonesa.
Sin más que decirle y absolutamente convencido de que antes de que acabe su mandato será capaz de crear más devastación y calamidades de las que alcance nadie a imaginar, me despido de usted deseando no sólo que no mejore de sus retortijones arriba mencionados, sino que se hagan más intensos de tal manera que el dolor que padezca sea proporcional al que usted ha causado.
Sin gusto alguno, Arcadio García.
1 comentario:
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