jueves, mayo 11, 2006

Ya estamos otra vez



Me lo temía. Cada vez que se acercan estas fechas sucede lo mismo. La mente de Pilar se pone en marcha puntualmente cada vez que las vacaciones se aproximan e inicia la búsqueda unilateral e infatigable de destinos turísticos a los que viajar. De poco sirve que yo le señale mi deseo explicito de no marchar a lugar alguno. Sí, sé que todos ustedes expresarán al unísono su estupor ante mi negativa a conocer otros lugares exóticos y su consiguiente cultura, no es propio de un aspirante a escritor, cuya formación, dicen, consiste en conocer otras culturas e impregnarse de ellas, pero qué puedo decir al respecto, ya he confesado en repetidas ocasiones que soy de naturaleza acomodaticia, sedentario a más no poder, poco dado, en suma, a traslados que modifiquen en lo más mínimo mi rutina diaria. Aunque pueda parecer un tópico (sin duda lo es, frecuentar lugares comunes es a lo que recurrimos la mayoría de las personas que carecemos de originalidad e ingenio), si deseo viajar puedo hacerlo sin moverme de mi butaca (y no me refiero un viaje alucinógeno mediante los efectos de un porro del tamaño de un brazo de gitano), gracias a mi estimada colección de dvd de National Geographic o algún buen libro de viajes. Además, ¿qué necesidad hay de ir a ningún sitio teniendo a nuestra disposición la humilde pero agradable casa que poseen mis suegros en la Costa Brava? ¿Para qué padecer fatigas en las angostas callejuelas de un mercadillo de, por ejemplo, Estambul, atestado de aborígenes que vociferan sin pausa pretendiendo venderte los artículos más inverosímiles, cuanto podemos retozar en la balsámica arena de una cala nudista de Palamós, semidesierta y paradisíaca y de abruptas rocas desde las que lanzarse y sumergirse sin temor en sus verdes aguas? ¿No les he hablado nunca de semejante paraje? ¡Qué imperdonable descuido! ¿No les he descrito sus aguas diáfanas a cuyo través se puede contemplar el zigzagueo pausado de los peces y el fondo pedregoso? ¡Disculpen mi desmemoria! Algún día les explicaré cómo Pilar y yo llegamos a parar allí y de qué forma nos fuimos desprendiendo poco a poco de nuestro pudor y recato y acabamos correteando desnudos por la orilla al compás imaginario de una romántica melodía sonando en nuestro subconsciente, con todo cuanto puedan ustedes deducir meciéndose a disposición de la inapelable ley de la gravedad. Pero esa es otra historia.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Esto está muy prometedor... ¿Habrá fotos?

Arcadio dijo...

Ya sabía yo que atraparía vuestro interés a base de enseñar carnaza. ¡Hay qué ver! Pues claro que habrá fotografías, aunque posiblemente ninguna nuestra, ¿o sí...?

Arcadio dijo...

Ya sabía yo que atraparía vuestro interés a base de enseñar carnaza. ¡Hay qué ver! Pues claro que habrá fotografías, aunque posiblemente ninguna nuestra, ¿o sí...?

Anónimo dijo...

Claro que sí... además, todo sea por el arte. Y la carnaza, y lo bello, y los paisajes, etcétera, etcétera... carne, sobre todo, carne.

Anónimo dijo...

Si quieres carne fríete un buen choletón...