Los disturbios desatados en Francia centran la atención de los medios de comunicación en Cataluña y España. Se preguntan, en su gran mayoría, si lo sucedido allí puede acontecer aquí con igual virulencia, y parecer ser que todos coinciden con unanimidad en que, de no permanecer atentos y cuidar la política de inmigración e integración, tarde o temprano padeceremos una revuelta semejante. Yo no sé hasta que punto es acertado ciertas extrapolaciones que de tanto en tanto les da por realizar a los expertos, habida cuenta las diferencias manifiestas que existen en el temperamento y modo de vida de estados como España, Francia y Gran Bretaña, por citar tres de los países con mayor número de inmigrantes.
Me viene a la cabeza algún momento reciente en el que, tras sufrir catrástrofes de parecida índole, la respuesta de la ciudadanía o de los responsables de seguridad en los países que las padecieron fue radicalmente distinta. En Estados Unidos, a raíz del 11 de septiembre, hubo detenciones indiscriminadas de gente cuyo único pecado era el color de su piel o ir tocado de un turbante o rondar las proximidades de una mezquita. En Londres, tras los atentados del 7 de Julio, la prensa publicó la noticia de que hubo hoteles que incrementaron sustancialmente sus tarifas para beneficiarse de los turistas que no pudieron abandonar la ciudad a consecuencia de los atentados, por no hablar de cómo la policía londinense acabó de manera fulminante con la vida del joven brasileño Jean Charles de Menezes, cuyo único delito fue, no sólo estar en el lugar equivocado en el momento oportuno, sino, de nuevo, poseer una tez oscura impropia, se deduce, de un ciudadano anglosajón en un país que ha hecho de su multiculturalismo un modelo a exportar.
Como España o Cataluña suelen, por sistema, salir mal parados y encabezar la lista cada vez que a un experto ocioso le da por realizar estudios de todo cuanto de malo puede concebir un país (al parecer somos los peores en lo que respecta a índices de paro, de delincuencia, de prevención en riesgo laborar, de consumo de drogas, he llegado a leer incluso que nuestro esperma es el peor de Europa, si bien no me he atrevido siquiera a imaginar mediante qué método han llegado a semejante conclusión) voy a añadir, para acabar, que en las horas inmediatas a los atentados del 11 de marzo en Madrid, los taxistas, en masa, se ofrecieron a llevar gratuitamente a todo aquel que necesitara saber de familiares o amigos víctimas del atentado, que la ciudadanía acudió en oleadas a donar sangre al punto de que las autoridades sanitarias se vieron obligadas a avisar en televisión que dejaran de hacerlo, que millones de personas salieron a la calle a manifestarse en apoyo a las víctimas, y que no se registró, que se sepa, un solo acto de revancha y represalia contra la comunidad de inmigrantes que, dicho sea de paso, padeció asimismo un elevado porcentaje de las muertes de ese día fatídico.
La pregunta es: ¿somos todos iguales? ¿puede la temida globalización afectar también a los rasgos intrínsecos que
nos diferencian a unos de otros?
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