Después de varios días de niebla pertinaz y la consiguiente ausencia de sol, ayer viernes amaneció un día radiante que invitaba a pasear sin rumbo, sin duda la mejor y más provechosa forma de perder el tiempo que se ha inventado. Más aún si tiene uno a su cargo a una deliciosa mocosa de tres meses que se complace con fruición en la práctica diaria de dos únicas actividades que la tienen ocupada todo el tiempo: comer y dormir; y, si se quiere, una tercera resultado inevitable y consecuente de las otras dos: defecar de tanto en tanto. Martina y yo habíamos alcanzado a ese respecto un acuerdo tácito según el cual yo la sacaba a pasear con la condición de que, por decirlo sin ambages, cagara por las tardes, que es cuando Pilar se hace cargo de ella, aliviándome a mí, en detrimento de su madre, del trago fatigoso de cambiar ese pañal que mi pequeña hijita, bien que de manera involuntaria, pone en cuarentena cada vez que lo mancha.
Pues bien, hasta ahora el pacto había sido respetado por ambas partes. Yo la montaba en su carrito y la paseaba mientras Martina dormitaba con la vista fija en el cielo, y ella correspondía expulsando por su angelical culito, durante la tarde, unas terribles mierdas que por fuerza, en mi ausencia, debía de limpiar su madre en medio de arcadas.
Debo anunciar con pesar que ayer tarde ese pacto fue roto unilateralmente por Martina, que excretó una mierda descomunal del tamaño de una pizza familiar. Por si semejante deslealtad no fuera suficiente, cuando yo, equipado con una máscara antigas que he adquirido ex profeso en Internet, procedía con escrúpulo a retirar el pañal contaminado, Martina ha sonreído con una picardía impropia de una niña de tan corta edad y ha untado el pastel erigido bajo su culo con una súbita meada que ha dado como resultado una mezcla que, créanme, evitaré describir para no herir sensibilidades.
Pero qué carajo, pelillos a la mar, he pensado para mí. Y como no soy de naturaleza rencorosa y además le perdono todo a la niña de mis ojos (no confundir, por favor, con la niña de Rajoy), acabada la difícil tarea de retirar el producto tóxico incrustado bajo sus nalgas, Martina y yo hemos vagado por el Parque Central de Mataró, que lucía un aspecto luminoso bajo un sol de primavera anticipada. Por doquier erraban, ociosos, otros padres en idéntica situación que yo, empujando un carrito tuneado mientras tarareaban o silbaban la banda sonora de Verano azul, y yo, cuando me cruzaba con ellos, los saludaba solidariamente, extendiendo mi mano e imitando con mis dedos el gesto que tienen a bien practicar los motoristas cuando se cruzan unos con otros por esas carreteras de dios. La sorpresa ha sido mayúscula cuando la mayoría de padres no han respondido a mi saludo y más bien me han dirigido una mirada hosca, como si pensaran que era un tarado o me faltara un hervor o quién sabe qué otras barbaridades.
Pero ya digo que no soy rencoroso y he hecho caso omiso a sus desplantes y en el primer banco que me ha salido al paso, he tomado asiento y he sacado mi libro de Antonio Muñoz Molina, Días de diario, y mientras Martina entraba en un sueño profundo bajo un sol que penetraba por entre los intersticios de la capota e invadía el refugio umbrío de su carrito, yo pasaba las páginas y asistía con placer a la descripción morosa y deliberadamente descuidada que Muñoz Molina efectuaba de sus días en Madrid, de las vicisitudes diarias de enfrentarse a la escritura de un libro de carácter autobiográfico, El viento de la luna, y de su posterior marcha a Nueva York, donde, con sorpresa y no poca nostalgia para mí, describe cómo pasea con su hijo por las calles asfixiantes de un Nueva York en pleno agosto, y visita los mismos lugares que Pilar y yo habíamos frecuentado durante nuestro viaje, e incluso cenan en el mismo restaurante desde el que nosotros, en una noche mágica e inolvidable, contemplamos un Nueva York que se alzaba en medio de una oscuridad abisal y se disgregaba en millones de luces diminutas.
Acabé de leer el libro cuando faltaba poco menos de un cuarto de hora para que Martina exiguiera su biberón de las dos de la tarde. Me puse en pie y sin urgencia arrastré el carro en dirección a casa. La mano de Martina, entretanto, aparecía, desperezándose, por entre la loneta que cubre el carro, y con sus uñas diminutas, como las zarpas inofensivas de un gato soñoliento, rozaba la tela.
4 comentarios:
Luego dicen que ser padre es muy duro...
besos,
Manoli
Oye, por qué narices me ha salido a mi ese nombre si yo no tengo ninguna cuenta con ese nombre?????? Ostia, me da que alguien se ha metido en mi ordenador y me está espiando...qué paranoia...
Manoli y punto
He vuelto, todo vuelve y la normalidad es lo normal ¡V's para todos! ¿Que qué son las V's? Es el saludo motero del que hablas, es la letra formada por el dedo índice y corazón de la mano izquierda de los motoristas apuntando al centro de la carretera cuando se cruzan con un colega.
¡Ostras tu! Hoy venia dispuesto a reventar el blog con la ayuda de esa Manoli que va diciendo por ahí que es tu hermana pero que yo sigo pensando que es un seudónimo en el que te escondes para que alguien te defienda y sentirte querido al leer sus comentarios. Lo puso fácil al colgar dos posts seguidos para intentar disimular el poco éxito de tu blog, pero que quieres que te diga, hasta los mamíferos más repugnantes del reino animal siguen teniendo sus corazoncitos, así que por hoy me contendré.
¡Malditos cabrones los que te niegan el saludo en el parque! Es imposible no hacer una analogía con la leyenda de Pai Mei, un hombre de conocimiento infinito, como tú, al que un monje Shaolin le negó el saludo en su camino, como a ti, de túnica blanca de corte moderno, como tus típicos tejanos de bolsillos en los lados. Un experto en artes marciales que su movimiento de ataque más conocido no lo realiza con sus piernas, como tú, ¿Que vas a hacer con esos alambrillos? Tú, Arcadio, Tarantiniano donde los haya tienes que vengarte ¡Venganza! ¡Five point pump explosion heart technique! ¿Te suena de algo? El próximo incívico que te niegue el saludo dile con una sonrisa "¡Adiós cara culo!" Y después nos vuelves a contar en el blog como te ha ido.
Querido Alex, percibo cierta ira conteninada, y eso, créeme, no es bueno. Si has entrado en el blog dispuesto a no dejar títere con cabeza, coño, hazlo. Proceder de otra forma es negar tu identidad, que salta a la vista que está dabatiéndose por escapar de esa suerte de celca en la que la has confinado. Sí, el intento por reprimir tu verdadera condición es un asunto vano y te trarerá problemas mentales (más si cabe, alma mía)
Manoli existe, te lo aseguro, sin ir más lejos coincidiste con ella el día de mi boda, aunque supongo que estabas demasiado ocupado criticándo a Pilar y a mí por haberte invitado y no poner un menú a tu gusto como para fijarte en el resto de invitados. Manoli existe y algún día, cuando menos te lo esperes, tendrás ocasión de comprobarlo. Que dios te coja confesado.
Tu apología de la violencia me repugna. Alex, ahora soy un padre responsable que debo mostrar delante de mi hija una actitud complaciente.
Ahora, cuando vaya solo a esos cabro...
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