Ya he mencionado aquí en alguna ocasión las dos personalidades opuestas que gobiernan a Pilar, mi señora esposa. Hasta nos hemos tomado la libertad, Pilar y yo, de asignarles a ambas un nombre que resumiera o sugiriese la idiosincrasia de cada una de ellas. Agustina la de la Esquina, recordaréis, designa a la más agreste y despreocupada y con hábitos propios, diría yo, de una mujer que descuidada por completo sus formas y su aspecto o cuando menos tiene una idea poco ortodoxa de lo que es guardar consonancia con la moda actual, o más bien se obstina en seguir la que prevalecía en tiempos pasados o, en suma, le trae al pairo nada que tenga que ver con el glamour. Carrie Bradshaw, la otra, es sofisticada y permanece atenta a las novedades que se producen en ese mundo caprichoso para incorporarlas de inmediato a su provisión de frivolidades. Al convivir con ambas me doy cuenta de que las oportunidades para que Agustina la de la Esquina se manifieste son cada vez menores. Hasta ahora había una momento de la semana en que resultaba inevitable que Agustina apareciera en toda su plenitud: la compra de la fruta y verdura que los sábados realiza Pilar en el mercadillo de Cerdanyola. No existe ocasión más propicia para que surja la maruja –no otra cosa es Agustina al fin y al cabo– que toda mujer lleva dentro que el escenario desordenado de motín que simula ser un mercadillo: abrirse paso entre una multitud que reprende a voces al dependiente de turno, pasear con un viejo monedero bajo la axila y tirando, mal que bien, de un carro rebosante de verdura y fruta como quien tira de un niño que se detiene embelesado en todos los escaparates que le salen al paso, es sin duda un escenario en que Agustina la de la Esquina se desenvuelve con habilidad. Pues bien, desafortunadamente semejante escena no volverá a repetirse. Recientemente Pilar se presentó en casa con una flamante adquisición: un carro de color rosa fosforescente con grandes ruedas y llantas de aleación y diseño aerodinámico que nada tiene que ver con el aparatoso vehículo clásico que toda la vida han cargado nuestras madres. Ahora se pasea con su carro superguay por entre el resto de señoras como quien circula con un flamante descapotable en medio de una concentración nostálgica de SEAT Panda. Pero la cosa no acaba ahí. Para que todo parecido con una maruja de mercadillo sea pura coincidencia me confiesa que desde el sábado pasado realiza la compra con el IPod que compramos en Nueva York colgado del cuello, escuchando a Leonard Cohen y puestas sus gafas de sol Oscar de la Renta adquiridas en los almacenes Century-21 de la ciudad de los rascacielos. Dudo que exista algún precedente de maruja cuya estética guarde parecido, siquiera casual, con el que Pilar luce ahora por entre los puestos a la intemperie del mercadillo de Cerdanyola, acaso alguno de esos personajes que deambulan frecuentemente con un viejo transistor pegado a la oreja cuya antena extendida apenas se sostiene en alto precariamente gracias a un pedazo de esparadrapo renegrido por el manoseo, pero en modo alguno nadie con un IPod. Carrie es mucha Carrie.
viernes, marzo 02, 2007
El carro
Ya he mencionado aquí en alguna ocasión las dos personalidades opuestas que gobiernan a Pilar, mi señora esposa. Hasta nos hemos tomado la libertad, Pilar y yo, de asignarles a ambas un nombre que resumiera o sugiriese la idiosincrasia de cada una de ellas. Agustina la de la Esquina, recordaréis, designa a la más agreste y despreocupada y con hábitos propios, diría yo, de una mujer que descuidada por completo sus formas y su aspecto o cuando menos tiene una idea poco ortodoxa de lo que es guardar consonancia con la moda actual, o más bien se obstina en seguir la que prevalecía en tiempos pasados o, en suma, le trae al pairo nada que tenga que ver con el glamour. Carrie Bradshaw, la otra, es sofisticada y permanece atenta a las novedades que se producen en ese mundo caprichoso para incorporarlas de inmediato a su provisión de frivolidades. Al convivir con ambas me doy cuenta de que las oportunidades para que Agustina la de la Esquina se manifieste son cada vez menores. Hasta ahora había una momento de la semana en que resultaba inevitable que Agustina apareciera en toda su plenitud: la compra de la fruta y verdura que los sábados realiza Pilar en el mercadillo de Cerdanyola. No existe ocasión más propicia para que surja la maruja –no otra cosa es Agustina al fin y al cabo– que toda mujer lleva dentro que el escenario desordenado de motín que simula ser un mercadillo: abrirse paso entre una multitud que reprende a voces al dependiente de turno, pasear con un viejo monedero bajo la axila y tirando, mal que bien, de un carro rebosante de verdura y fruta como quien tira de un niño que se detiene embelesado en todos los escaparates que le salen al paso, es sin duda un escenario en que Agustina la de la Esquina se desenvuelve con habilidad. Pues bien, desafortunadamente semejante escena no volverá a repetirse. Recientemente Pilar se presentó en casa con una flamante adquisición: un carro de color rosa fosforescente con grandes ruedas y llantas de aleación y diseño aerodinámico que nada tiene que ver con el aparatoso vehículo clásico que toda la vida han cargado nuestras madres. Ahora se pasea con su carro superguay por entre el resto de señoras como quien circula con un flamante descapotable en medio de una concentración nostálgica de SEAT Panda. Pero la cosa no acaba ahí. Para que todo parecido con una maruja de mercadillo sea pura coincidencia me confiesa que desde el sábado pasado realiza la compra con el IPod que compramos en Nueva York colgado del cuello, escuchando a Leonard Cohen y puestas sus gafas de sol Oscar de la Renta adquiridas en los almacenes Century-21 de la ciudad de los rascacielos. Dudo que exista algún precedente de maruja cuya estética guarde parecido, siquiera casual, con el que Pilar luce ahora por entre los puestos a la intemperie del mercadillo de Cerdanyola, acaso alguno de esos personajes que deambulan frecuentemente con un viejo transistor pegado a la oreja cuya antena extendida apenas se sostiene en alto precariamente gracias a un pedazo de esparadrapo renegrido por el manoseo, pero en modo alguno nadie con un IPod. Carrie es mucha Carrie.
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10 comentarios:
como no os mudeis al eixample va a cantar más que Pavarotti...
Manoli
Tengo que confesar que estoy escribiendo entre lágrimas… ¿Por qué personas como Pilar se esfuerzan día a día en eliminar el romanticismo?
¿Que hay de esos carros a los que siempre les falla una rueda, el eje que las une flecta cuando esta cargado y sus empuñaduras no son antideslizantes?
Siempre recordaré la radio de mi tío Teodoro, con su gomita para sujetar la tapa de las pilas y con Radio nacional de España sintonizada… ay… la de tardes que habrá pasado con ella y las ovejas pastando a su alrededor…
¿Como será el mundo en el 2008 sin romanticismo?
Pilar, ¡te odio!
Menos mal que este blog recupera el nivel alcanzado con las crónicas de Nueva York, y que se había visto mermado con tanta reflexión filosófico-política-existencial.Arcadio te lo tengo dicho eso no vende.
Manoli mi gafas son los suficientemente grandes para que no se me vea tras ellas. Y hemos decidido mudarnos a un barrio mejor que el que propones, a Montmartre.
Alex no me odies, y lo que te ries a mi costa, eso no es romántico?
Pilar
Esos carros, como el que tu mujer ha desechado, ya sólo quedan para chatarreros nostálgicos, aquellos que antes recorrían las calles empujando triciclos requeantes y con la ruedas pinchadas para llenarlos con las cosas inservibles que los demás arrojábamos a la basura. Esos personajes son los herederos naturales de los carros similares al que Carrie ha arrojado al desván del olvido. Porque los chatarreros de nuevo cuño, los que se te meten en los chalets cerrados del invierno y te desmontan las tuberías y el tendido eléctrico en un santiamén para venderlos o cambiarlos por papelinas, ésos utilizan los carros del Carrefour, que son mucho más cómodos y cargan mejor.
Me gustó tu blog, volveré pronto.
Saludos.
No puedo con la vida! su próximo objetivo sera comprarse una manoletinas del mismo color que el carro.
Vaya con pilar, debe ser la envidia del mercadillo.
Seguro que las marujas cotillean al verla pasar: "que collar mas raro que lleva esa niña, y suena musica y to.
Arcadio, eres nuestro heroe, si ya es dificil convivir con una mujer, imaginate con dos, te estas ganando el cielo.
Sigue con estas cronicas, son las que les gusta al pueblo.
Saludos
Grácias por el comentario Arcadi, ciertamente la frase de Lincoln, que desconocía, me parece muy acertada. Me alegro de que la hayas puesto en mi conocimiento.
La web de mi amigo es algunasvecesvuelo.blogspot.com.
No tengo nada que decir con respecto a tu pareja, solo que las mujeres, con sus maravillosas e inexplicables manías, endulzan la vida aburrida y monótona de los hombres (al menos a mi me sucede con mi pareja :) ) pero si me lo permites, quisiera hacer una reflexión sobre la miss desposeída de su título.
Yo creo que ella tiene derecho a presentarse donde quiera, a mi personalmente los concursos de belleza me parecen sexistas y superficiales, pero respeto a aquellas personas que libremente deciden participar en ellos. Y creo que ella tiene todo el derecho a reclamar que en su afición u oficio existan las mismas igualdades que en cualquier otro campo, y criminalizar a alguien por reclamar sus derechos, es hacerle el juego a los discriminadores. Solo es mi opinión =). ¡Un saludo!
ignasi, tienes toda la razon. Todo lo demás debería ser irrelevante...
Manoli
Estoy totalmente a favor de la actitud de Carrie: a comprar cebollas... pero con clase, por favor. Y si no que se lo pregunten a mi pareja, que es cartero, y de carritos sabe mucho, pues tira de uno amarillo como un limón desde hace siete años; eso sí, con su melena al viento.
Berlin
Estoy totalmente a favor de la actitud de Carrie: a comprar cebollas... pero con clase, por favor. Y si no que se lo pregunten a mi pareja, que es cartero, y de carritos sabe mucho, pues tira de uno amarillo como un limón desde hace siete años; eso sí, con su melena al viento.
Berlin
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