Hasta donde me alcanza la memoria jamás he sentido la necesidad de emplear la escritura como método paliativo contra los trances del alma. Escribir borbotones de frases sin más objetivo que el alivio emocional, narrar presa de una vehemencia desacostumbrada en procura de desahogo a los contratiempos que depara la vida, no ha sido alternativa que haya tenido en consideración por más dificultades que me han salido al paso.
Mi escritura, pues, ha tenido por objeto elaborar torpes ficciones sin más pretensiones que mi goce particular a la que, irremediablemente, me abocaba la previa y obsesiva lectura de todo cuanto caía en mis manos. Ya se sabe que el proceso lógico que sucede a la lectura suele ser la escritura. Emular a los autores que se frecuentan se convierte en un objetivo al que uno se entrega de manera infatigable con una vehemencia que se traduce en la búsqueda de expresiones y palabras de un barroquismo desmesurado. Por esos días se persuade uno de que escribir con propiedad es tanto mejor cuanto más extrañas son las palabras que emplea. La literaturitis es, ay, un mal que aqueja al principiante de la que difícilmente puede nadie zafarse. Tarda uno en saber que, como decía Stern, la prosa literaria no es sino cambiar de nombre a la conversación.
Mis primeras lecturas fueron los tebeos, en cuyas aventuras me sumergía a diario con la viva ilusión con la que uno aguarda el día de Reyes. El inacabable catálogo de superhéroes que poseía la Marvel me deparaba un goce constante cuyo único inconveniente era que me convertía en un ermitaño precoz (aunque por ese entonces yo no fuera consciente de ello, y si lo hubiera sido dudo que me hubiese importado lo más mínimo) que se encerraba en su habitación durante horas sin prestar atención al lento transcurrir del tiempo, preocupado sólo por lo que acontecía en aquellas páginas maravillosas. De todos ellos Spidermán, con mucha distancia respecto al resto, era mi favorito, y aún hoy día he asistido al estreno de sus películas con similar expectación con la que contemplaba los excelentes dibujos de los tebeos que yo adquiría a la que surgía la ocasión, bien comprándolos, bien canjeándolos por otros en un diminuto kiosco un tanto destartalado situado en las proximidades de casa. Recuerdo su aspecto desvencijando y frágil, como de choza precaria a merced de un huracán devastador. Cuando permanecía cerrado semejaba una suerte de cubo de madera hermético de color verde kaki, con unas puertas de madera cuyos goznes emitían un sordo quejido cuando su anciano propietario, encorvado y entrañable, abría al publicosu modestísimo negocio, apenas reducido a los cuatro críos del barrio, que por lo general guardábamos cola con antelación a fin de poder anticiparnos los unos a los otros y hacernos con los tebeos más codiciados, largamente buscados y que convertía a quien finalmente los adquiría en objeto de envidia y adulación a partes iguales.
Tiempo después cambiamos de domicilio, afición ésta a la que mi padre, para nuestra desazón, recurría con frecuencia (pero esa es otra historia de la que algún día daré cuenta) El hijo mayor de los nuevos vecinos, detectando acaso mi devoción por los tebeos, me pidió un día que lo acompañara a una especie de garaje situado en el mismo edificio y me mostró, en el interior de una armario añoso y deslucido cuyo interior desprendía un fuerte olor a moho, dos pilas enormes de tebeos. Una de ellas contenía toda la colección de Javato. La otra, la del Capitán Trueno. Mi vecino extendió el brazo y señaló en dirección a las pilas al tiempo que decía: «puedes servirte a tu antojo, sólo te pido una cosa: cuídalos como si fueran tuyos». Y yo, presa de una extraña conmoción, contemplé los dos enormes rimeros que se erigían en columnas frente a mí, lejos siquiera de sospechar la infinita felicidad que había de depararme su lectura, ni por asomo consciente de que veintiocho años más tarde el recuerdo de aquel armario destartalado y los tebeos amontonados en su interior permanecería intacto en mi cabeza.
5 comentarios:
Muy emotiva la entrada, pero he de decir que yo sí que he escrito de forma terapeutica, he escrito sin puntos ni comas, sin orden, tan solo por sentirme mejor y siempre me ha ido muy bien.
Y en tu defensa puedo decir que desde que entraste en mi vida he dejado de necesitar esta terapia.
Pilar
No tengo nada en contra de ese tipo de escritura, faltaría más, sólo digo que yo no he sentido esa necesidad.
Arcadio
qué casualidad... hoy escribí acerca de las revistas que leía en mi niñez.
Saludos
Llámame, Arcadio, necesito proponerte algo. Perdona la indiscreción.
El centro experimental de arte y pensamiento, la Fundación Hispánica y Lord Byron ediciones tiene el placer de invitarlos a la presentación de la decimoquinta edición de la antología Nueva Poesía Hispanoamericana, a realizarse el día martes 19 de septiembre del 2006 a horas 8 de la tarde.
El evento contara con la presentación del poeta peruano residente en Madrid Leo Zelada y el crítico de arte español Joan Luis Montane.
Leerán sus textos los poetas:
1.-Jaime B. Rosa (España)
2.-Juan Carlos Gómez Rodríguez (España)
3.- Isabel Blanco (España)
4.- Eduardo Toba (España)
5.- Carmen Real (Argentina)
6.- Alberto Lauro (Cuba)
7.- Mara Romero (México)
8.- Bella Clara Ventura (Colombia)
9.-Carlos Salem (Argentina)
10.-Carmen Rojo (España)
La dirección es Calle San Pedro 22 (por metro Atocha).
Ingreso libre.
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