La puerta del edificio se abrió y la joven apareció en el umbral. Permaneció quieta por espacio de unos segundos, mirando, con expresión de buscar a alguien, hacia el final de la avenida, en dirección contraria a la que los agentes ocupaban, apostados en el interior del coche de policía camuflado. En el lugar al que la joven dirigió la mirada se concentraba una muchedumbre que crecía por momentos, merodeando por entre los puestos ambulantes. El policía veterano miró perplejo a su compañero.
—¿Pero qué coño…? —farfulló—¿Qué cree que está haciendo? ¿Qué hay del acuerdo? Quedamos en que nos avisaría con dos horas de antelación y que no saldría en día de mercado.
La joven, temperamental y resuelta y proclive a una independencia contumaz —rasgos que compartía de manera asombrosa con su hija—, había mostrado una determinación inflexible al respecto: su vida no se vería alterada en lo esencial. No voy a permitir que un desquiciado me arredre y trastorne mi vida, había afirmado, y el argumento, sostenido por la policía con el fin de persuadirla, de que el objetivo que perseguía el asesino no era en modo alguno trastornar su vida sino arrebatársela no había conseguido que cambiara de parecer. Finalmente se había mostrado dispuesta a no entorpecer la labor policial en la medida de lo posible, y se había prestado a una vigilancia permanente con la condición de que se mantuvieran a una distancia suficiente para que no sólo no se sintiera observada, sino que desconociera en todo momento dónde se hallaban los policías.
La joven, finalmente, se encamino calle arriba con paso apresurado.
—¡Mierda…qué hace…! ¡Vamos! —gritó el policía veterano. Los dos salieron del automóvil—. Pide refuerzos y sube por la calle paralela y mira de cortarle el paso. Yo trataré de alcanzarla.
Se separaron. El viejo contempló la calle cada vez más concurrida, al final de la cual, hacia donde se adentraba la joven, la muchedumbre iba en aumento, apareciendo de los pasajes y calles angostas que cruzaban la avenida principal, en torno a los puestos de bisutería y libros de segunda mano o productos artesanales y demás artículos. El policía veterano se precipitó en esa dirección presa de una urgencia que era más un presentimiento. De tanto en tanto alcanzaba a verla y gritaba su nombre, pero el sonido desaparecía mezclado con el que producía la multitud. Sin dejar de mirarla sacó el móvil del bolsillo y antes de que pudiera pulsar el número se le deslizó de la mano y cayó al suelo. ¡Maldito viejo torpe!, profirió para sí con las mandíbulas apretadas. Echó un vistazo fugaz al suelo, apenas una mirada de soslayo a fin de localizarlo, un mínimo instante que fue suficiente para perder de vista a la joven.
1 comentario:
tengo el corasón en un puño! Voy a por el siguiente...
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