Durante las vacaciones las horas transcurren con una languidez demorada, como el movimiento inacabable de un inmenso animal prehistórico. Una holgazanería intelectual se cierne sobre mí y, en consecuencia, temo por momentos que mi cerebro se vea dañado de por vida. Veo en televisión una entrevista a Rosa López, la ganadora de la primera edición de Operación Triunfo, que es, en mi opinión, la prueba definitiva de cómo nuestra capacidad de sacrificio y superación responde con mayor predisposición a estímulos puramente físicos, en relación a la estética, que a intelectuales. Cultivar el intelecto es tarea tomada en poca estima o secundaria o marginal comparada con las privaciones que algunos están dispuestos a realizar a cambio de una figura más estilizada o esbelta, por más que ésta posea una caducidad manifiesta y sea de muy efímera exhibición, o como poco lo sea en muchísima nenor medida de lo que lo es una cabeza que uno se ha preocupado de amueblar en condiciones, a la que sin duda podremos sacar partido durante mucho más tiempo a poco que nos acompañe la salud. La tranformación física que ha experimentado esta joven es a todas luces asombrosa -sólo hay que echar mano de las fotografías de archivo para constatarlo- y además sería admirable si hubiera existido en ella empeño similar por cultivar su intelecto. No ha sido así sin embargo, y en consecuencia cada vez que la metamorfoseada cantante abre la boca y habla con ese estilo tan particular suyo que consiste en pronunciar cada palabra como si la bostezara, la Real Academia de la Lengua padece pérdidas en bolsa y la mitad de los insignes académicos tratan de inmolarse con lecturas indiscriminadas de Corin Tellado mientras la otra mitad se esfuerza por impedirlo (o no). Lo curioso del caso de esta joven es que cuando lo que dice lo dice cantando parece no tener la menor falta de dicción e incluso simula conocer el idioma inglés (pues parte del repertorio del que echa mano a menudo pertenece a esta lengua) y por momentos asiste uno a la ilusión de que la transformación ha sido completa. Quizá Rosa debiera pronunciarse siempre cantando para ocultar sus carencias (en el supuesto de que desee ocultarlas o de que posea el menor indicio de que las padece), departir con sus amigos y familiares entonando en todo momento la canción que ella considere adecuada a las circunstancias y más se ajuste al contexto (no será por canciones, las hay para todos los gustos y momentos) y transformar la cotidianidad de su vida en un perpetuo musical o zarzuela u ópera. Qué bonito sería todo, lai lo lai lo lai.
1 comentario:
Un caso curioso, el de Rosa. El hecho de que cuando cante su dicción sea tan estupenda demuestra que su problema no es la falta de inteligencia (que no hay que confundir con la falta de conocimientos o cultura), sino que al hablar el miedo y la inseguridad la paralizan. Deformación profesional por mi parte...
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