Ocho días después del nacimiento de mi hija Martina encuentro por fin un momento de asueto, una tregua por otro lado de imprevisible duración habida cuenta las exigencias arbitrarias a las que no somete la niña (sin ir más lejos ahora mismo me he visto en la obligación de interrumpir la escritura a causa de una evacuación o alivio intestinal profuso de Martina para cuya limpieza Pilar ha reclamado mi participación profiriendo un alarido que me ha llegado desde el comedor. Ya no me cabe duda al respecto: la más grande e inequívoca demostración de amor de un padre a un hijo es la disposición permanente de aquél para quitar la mierda de éste, y los turnos en los que los padres se reparten dicha disposición una manifestación de amor equitativa) en la que sentarme delante del ordenador y tratar de escribir alguna reflexión que explique esta semana llena de emotividad y estupor cuyo resumen podría perfectamente cifrarse en la formulación de algunas preguntas que, de manera incesante, rondan mi cabeza, a saber: ¿cómo es posible que un ser tan diminuto de cuya presencia no había en nuestras vidas constancia física alguna hace apenas una semana sea sin embargo capaz de inspirar tanto amor, de concentrar nuestra atención tan poderosamente?
Martina nació el sábado día 10, a las dos y cinco de la madrugada. Me consta que era esa hora porque al poco de aparecer en este mundo, impregnada aún de las entrañas de su madre, apenas profiriendo más que un quejido sordo, acompasado, exhausto, en lugar de romper a llorar tal y como en tantas películas me he cansado de ver; zarandeada, mi hija, por el comadrón que la depositó en una bandeja de la que asomaban toda suerte de artilugios, cables y botones que titilaban con un parpadeo perezoso, situada a poca distancia de la silla paritorio en la que Pilar (si ya en alguna otra entrada he hecho público mi amor por ella, bueno es que ahora haga lo propio con la admiración que me inspira, ¡qué mujer y cuánta fortuna debo al azar, que la cruzó en mi camino!) apenas podía alcanzar a articular palabra por el dolor y la emoción, la mejilla derramada de lágrimas, el perfil de su rostro, desde donde yo me hallaba, situado en escorzo, buscando con la mirada perdida a su hija, atenta a pesar del cuerpo dolorido a todo cuanto los médicos le hacían, musitando una y otra vez la misma pregunta: ¿Por qué no llora? ¿Por qué no llora?
Me consta que era esa hora, digo, porque inmediatamente, ataviado con el clásico uniforme verde que visten los médicos en quirófano, miré en alto en torno a mí, en busca del clásico reloj de largas agujas y números negros sobre fondo blanco, para registrar el momento en que se había producido el nacimiento. Busqué, atisbé, escudriñé de manera inconsciente, suponiendo tan sólo, sospechando quizá, deseando que el reloj estuviera donde debía estar como así fue para fijar en mi retina, a perpetuidad, ese momento que, lejos de deparar felicidad plena es más bien un instante inacabable de incertidumbre y pavor respecto a la salud de ese ser débil e indefenso de apariencia aparentemente quebradiza que no obstante es llevado por el personal sanitario de un lado a otro sin ninguna contemplación, sin las precauciones o los miedos o las prevenciones, no sé si excesivas pero sí comprensibles, con las que los padres manejamos a los hijos a tan temprana edad.
En ocasiones, no sólo a lo largo del embarazó sino también el mismo día del parto, temí que la paternidad acabara siendo algo similar a lo que ocurre cuando asistes al pase de una película de la que no han dejado de confiarte excelentes referencias, tantas que finalmente no acaba por colmar las expectativas suscitadas. Pero en modo alguno es así, y no seré yo quien descubra ahora qué es y que implica ser padre, habida cuenta las muy ilustres plumas de la literatura universal que antes que yo han reflexionado desde su posición de padres. O, qué coño, no me podré estupendo, para qué remontarse tan lejos, cualquiera de los que leerá esta entrada y ha tenido un hijo antes que yo sabrá a qué me refiero. Así pues, lo único que puedo añadir o constatar es ese sentimiento inédito de absoluta predisposición que de inmediato, casi en el mismo instante de su alumbramiento, aparece, surge quién sabe de dónde y te impulsa a estar en todo momento a disposición feliz de cuanto necesite tu hijo, ese permanente estado de conmoción, ese reconocimiento perplejo de que cualquier gesto o facción o sonido que realice o posea o emita tu hijo de alguna manera imposible de explicar procede no sólo de ti, de lo más profundo que hay en ti, o para ser más exactos, de los más profundo que hay en el resultado de la suma de Pilar y yo, sino que asimismo se remonta a los que hicieron posible que mi mujer y yo existiéramos. Dice el escritor Sergio Pitol que uno es una suma mermada por infinitas restas. Pues aquí está Martina, añadida de la noche a la mañana a la adición que Pilar y yo decidimos un día efectuar, con toda seguridad sin sospechar siquiera que lanzarse a esa aventura azarosa desembocaría en ese paritorio de luz diáfana y aspecto impoluto y en esos dos inmensos ojos que nos miran desde el fondo de la cuna (o moisés, o como quiera que se llame) de forma inquisitoria.
Durante estos días de euforia desatada mi madre ha ocupado continuamente mis pensamientos, Martina, mi hija, es la primera nieta que no ha conocido, y sin embargo no he podido evitar la sensación de que no era así, no he podido -no he querido- eludir el pensamiento feliz de que en el círculo de júbilo y jolgorio desatado que mis hermanas formaban en torno a Martina, en medio de ellas, o levitando por encima de sus cabezas, o en cualquiera de los gestos o mohines que le dedicaban a mi hija, ahí estaba la presencia reparadora de mi madre, permanentemente atenta para aliviar de inmediato, con un solo gesto, cualquiera de las dolencias que aquejen en adelante a su nieta Martina, como siempre hizo con sus nietos, como siempre hizo con nosotros.
Martina nació el sábado día 10, a las dos y cinco de la madrugada. Me consta que era esa hora porque al poco de aparecer en este mundo, impregnada aún de las entrañas de su madre, apenas profiriendo más que un quejido sordo, acompasado, exhausto, en lugar de romper a llorar tal y como en tantas películas me he cansado de ver; zarandeada, mi hija, por el comadrón que la depositó en una bandeja de la que asomaban toda suerte de artilugios, cables y botones que titilaban con un parpadeo perezoso, situada a poca distancia de la silla paritorio en la que Pilar (si ya en alguna otra entrada he hecho público mi amor por ella, bueno es que ahora haga lo propio con la admiración que me inspira, ¡qué mujer y cuánta fortuna debo al azar, que la cruzó en mi camino!) apenas podía alcanzar a articular palabra por el dolor y la emoción, la mejilla derramada de lágrimas, el perfil de su rostro, desde donde yo me hallaba, situado en escorzo, buscando con la mirada perdida a su hija, atenta a pesar del cuerpo dolorido a todo cuanto los médicos le hacían, musitando una y otra vez la misma pregunta: ¿Por qué no llora? ¿Por qué no llora?
Me consta que era esa hora, digo, porque inmediatamente, ataviado con el clásico uniforme verde que visten los médicos en quirófano, miré en alto en torno a mí, en busca del clásico reloj de largas agujas y números negros sobre fondo blanco, para registrar el momento en que se había producido el nacimiento. Busqué, atisbé, escudriñé de manera inconsciente, suponiendo tan sólo, sospechando quizá, deseando que el reloj estuviera donde debía estar como así fue para fijar en mi retina, a perpetuidad, ese momento que, lejos de deparar felicidad plena es más bien un instante inacabable de incertidumbre y pavor respecto a la salud de ese ser débil e indefenso de apariencia aparentemente quebradiza que no obstante es llevado por el personal sanitario de un lado a otro sin ninguna contemplación, sin las precauciones o los miedos o las prevenciones, no sé si excesivas pero sí comprensibles, con las que los padres manejamos a los hijos a tan temprana edad.
En ocasiones, no sólo a lo largo del embarazó sino también el mismo día del parto, temí que la paternidad acabara siendo algo similar a lo que ocurre cuando asistes al pase de una película de la que no han dejado de confiarte excelentes referencias, tantas que finalmente no acaba por colmar las expectativas suscitadas. Pero en modo alguno es así, y no seré yo quien descubra ahora qué es y que implica ser padre, habida cuenta las muy ilustres plumas de la literatura universal que antes que yo han reflexionado desde su posición de padres. O, qué coño, no me podré estupendo, para qué remontarse tan lejos, cualquiera de los que leerá esta entrada y ha tenido un hijo antes que yo sabrá a qué me refiero. Así pues, lo único que puedo añadir o constatar es ese sentimiento inédito de absoluta predisposición que de inmediato, casi en el mismo instante de su alumbramiento, aparece, surge quién sabe de dónde y te impulsa a estar en todo momento a disposición feliz de cuanto necesite tu hijo, ese permanente estado de conmoción, ese reconocimiento perplejo de que cualquier gesto o facción o sonido que realice o posea o emita tu hijo de alguna manera imposible de explicar procede no sólo de ti, de lo más profundo que hay en ti, o para ser más exactos, de los más profundo que hay en el resultado de la suma de Pilar y yo, sino que asimismo se remonta a los que hicieron posible que mi mujer y yo existiéramos. Dice el escritor Sergio Pitol que uno es una suma mermada por infinitas restas. Pues aquí está Martina, añadida de la noche a la mañana a la adición que Pilar y yo decidimos un día efectuar, con toda seguridad sin sospechar siquiera que lanzarse a esa aventura azarosa desembocaría en ese paritorio de luz diáfana y aspecto impoluto y en esos dos inmensos ojos que nos miran desde el fondo de la cuna (o moisés, o como quiera que se llame) de forma inquisitoria.
Durante estos días de euforia desatada mi madre ha ocupado continuamente mis pensamientos, Martina, mi hija, es la primera nieta que no ha conocido, y sin embargo no he podido evitar la sensación de que no era así, no he podido -no he querido- eludir el pensamiento feliz de que en el círculo de júbilo y jolgorio desatado que mis hermanas formaban en torno a Martina, en medio de ellas, o levitando por encima de sus cabezas, o en cualquiera de los gestos o mohines que le dedicaban a mi hija, ahí estaba la presencia reparadora de mi madre, permanentemente atenta para aliviar de inmediato, con un solo gesto, cualquiera de las dolencias que aquejen en adelante a su nieta Martina, como siempre hizo con sus nietos, como siempre hizo con nosotros.
8 comentarios:
Efectivamente ser padre es lo mas grande, como diria la tonadillera.
Vaya vaya como se te cae la baba, no hay mas que verte y leerte. Si señor Martina es una buena mezcla de los dos, los deditos largos como Pilar, el rostro de su padre y la pereza y aficion a dormir de su madre. Es normal el descoloque inicial, no has de olvidar que salisteis un buen dia de casa dos personas y habeis vuelto tres. Ademas vosotros teneis el agravante del cambio de residencia a la vista. Eso descoloca al mas organizado y previsor.
Petonets
Yo también he sentido la presencia constante de mama, en esa nube semiconsciente que me ha envuelto el tsunami de amor que ha sido la llegada de Martina. ¿Cómo es posible que ya la quiera tanto, que desde la primera mirada sintiera ya un juramento interno y eterno de amor por ella? Separame de ella es una lucha interna entre la hermana y cuñada que sabe que los papás necesitáis un respiro, y ese dolor profundo en las entrañas que no quiere poner distancia alguna Martina y mis brazos. Si esto es ser tía...no puedo ni imaginar lo que será ser madre.
Martina conocerá a su abuela paterna, si no en carne y hueso, si a través de los brazos eternamente abiertos que ella prestó a todos los niños que habitaron su vida y que nosotros continuaremos.
Felicidades a los dos...y a todos nosotros
besos,
Manoli
Felicitats Pilar i Arcadi! molts records i una abraçada molt forta en aquests moments tant emotius. Gaudiu al màxim cada instant amb la petita Martina, quin nom tant bonic!
Fins aviat,
Clara
Como es posible? siento dolor, pero dolor físico!!! cada vez que tengo que separarme de ella.
Tengo su carita dibujada como en mapa en mi pensamiento y a lo largo del día mientras voy trabajando, comprando, su imagen me arranca una sonrisa, y un placer inexplicable (debo parecer tonta en la cola de super sonriendo sola.)
¡¡ya la quiero tanto!!
A pesar de tener una lista interminable de sobrinos (a los que adoro) es la primera a la que veo nacer y me ha robado el corazón.
Desde que conocí a Pilar sabía que mi hermano había echo una gran elección y Martina a demostrado ser tan lista como su padre por elegirla como madre.
felicidades y gracias por este regalo
Muchísimas felicidades Arcadio. Felicita también a Pilar de mi parte y dale un beso a Martina.
Un gran abrazo para los tres.
Ignasi
en primer lugar disculparme ante mis tios por no aver estado en ese gran momento para ellos. En segundo lugar de parte de toda mi casa muchas felicidades pero sobre todo muy contenta por esta nueva prima que espero conocer muy muy pronto. Bueno un gran beso con abrazo incluido para todos, pero mas grande para Pilar por ese esfuerzo tan agradecido.
Arcadio, leyendo tus palabras es imposible que no me emocione, otra vez tu capacidad de sentir y de expresar de una forma muy personal e innata a tu ser te lleva a compartir con nosotros ese aurea de felicidad, perplejidad, amor infinito,que desprende Martina. Afortunada por estar rodeada de personas que la aman más allá de lo que representa una hija, una sobrina, una prima... una nieta acunada, protegida, amada y mimada por una abuela paterna que yo vislumbro no sólo alrededor de Martina sino también de todos vosotros, siempre dispuesta a dar y recibir desde la discrección, desde el acompañamiento que no necesita de presencias físicas sino que va mucho más allá, pues traspasa espacios y tiempos. "El sentimiento más profundo se revela siempre en el silencio".
Enhorabuena a todos. Disfrutad de Martina.
besos.
Colombina
Muchas gracias a todos, sin excepción. Qué bueno es compartir con vosotros esta nueva aventura a la que Pilar y yo nos hemos aventurado. Espero, mediante este bloc, haceros partícipe del día a día de Martina.
Clara, moltes gràcies, quant temps sense saber de tu. Espero que tot et vagi molt bé. Petons.
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