La inefable abuela de Pilar nos ha regalado hoy una de sus estimulantes anécdotas, a las que por otro lado nos tiene habituados, pero cuya frecuencia se ha ido de un tiempo a esta parte acortando, sospecho que a raíz del embarazo de Pilar y el posterior alumbramiento de Martina, circunstancias que sin duda favorecen la aportación masiva de experiencias dispares de quienes en tropel visitan a la convaleciente y a su marido y a la recién nacida. Se conoce, en cualquier caso, que la buena mujer goza de una muy prolífica actividad rememorativa y al parecer se pasa el día indagando en los rincones de su memoria en busca de hechos que ella considera de utilidad difundir a fin de prevenir a Pilar de cuanta dolencia posparto acecha a las mujeres que no guardan debido reposo, o se aventuran a realizar actividades impropias de semejante estado o son sencillamente descuidadas en su recuperación o ésta les trae sin cuidado, que de todo hay en este mundo desatinado. El modo en que procede la abuela responde siempre a un mismo patrón. Se trata de revelar un ejemplo lo suficientemente trágico o desafortunado como para amedrentar o alertar a aquél a quien va dirigida la historia -Pilar en este-. Si hace pocos días, con objeto de prevenir a su nieta de los peligros de no cuidarse durante la cuarentena, nos confió que una mujer de su pueblo falleció en el decurso de dicha cuarentena debido a que antes de que finalizara se le ocurrió blanquear la fachada de su casa, (la anécdota resultó oportuna, pues Pilar, en un descuido mío imperdonable, ya había visitado la droguería de turno para adquirir todos los pertrechos necesarios para blanquear nuestra fachada de obra vista de la nueva vivienda que habitaremos en breve. La pille a tiempo de disuadirla, descendiendo escaleras abajo, tambaleante a causa de la convalecencia, tocada con un pañuelo para evitar que las gotas le ensuciaran el cabello, cargada de una cubeta rebosante de cal y de un largo palo al final del cual había colocado un rodillo).
En esta ocasión han sido las dificultades que estamos experimentando con la lactancia materna las que han propiciado la aportación de una historia por demás estrambótica. Parece ser que una mujer, también en su pueblo (lugar, se conoce, proclive a la aparición de las historias más disparatadas), viendo que la leche no acababa de subirle y que su hijo carecía de energía o destreza o ganas para estimular con su succión la subida, buscó una perra con una camada recién parida y, ni corta ni perezosa, se encasquetó a uno de los cachorros al pezón para que el animal favoreciera la deseada ascensión láctea a fuerza de mamar con mayor poderío que el bebé.
La abuela de Pilar suele dar a conocer estas historias con dos intenciones evidentes: a modo de prevención y en forma de propuesta, de manera que con esta última tal vez me estaba invitando a que deambule en adelante por las calles de Mataró en busca de un cachorro recién alumbrado que colgar del pecho de su nieta. El problema es que, conociendo a mi mujer, dudo consienta que le coloquemos un perro cualquiera, semejante a los que son resultado de múltiples razas y lucen un aspecto más bien greñudo y desastrado y frecuentan los lodazales de la ciudad en busca de un mal alimento que echarse al hocico. Pilar exigirá un pura raza de aspecto impecable, porte aristocrático y que culmine el acto de mamar con un eructo sutil, más bien silente y con la pata situada delante de la boca, como procede en quienes han recibido una educación exquisita.
En esta ocasión han sido las dificultades que estamos experimentando con la lactancia materna las que han propiciado la aportación de una historia por demás estrambótica. Parece ser que una mujer, también en su pueblo (lugar, se conoce, proclive a la aparición de las historias más disparatadas), viendo que la leche no acababa de subirle y que su hijo carecía de energía o destreza o ganas para estimular con su succión la subida, buscó una perra con una camada recién parida y, ni corta ni perezosa, se encasquetó a uno de los cachorros al pezón para que el animal favoreciera la deseada ascensión láctea a fuerza de mamar con mayor poderío que el bebé.
La abuela de Pilar suele dar a conocer estas historias con dos intenciones evidentes: a modo de prevención y en forma de propuesta, de manera que con esta última tal vez me estaba invitando a que deambule en adelante por las calles de Mataró en busca de un cachorro recién alumbrado que colgar del pecho de su nieta. El problema es que, conociendo a mi mujer, dudo consienta que le coloquemos un perro cualquiera, semejante a los que son resultado de múltiples razas y lucen un aspecto más bien greñudo y desastrado y frecuentan los lodazales de la ciudad en busca de un mal alimento que echarse al hocico. Pilar exigirá un pura raza de aspecto impecable, porte aristocrático y que culmine el acto de mamar con un eructo sutil, más bien silente y con la pata situada delante de la boca, como procede en quienes han recibido una educación exquisita.
4 comentarios:
Mi suegra siempre habla del tio Ambrosio al que le falta un ojo porque de pequeño se clavo un tenedor. Con el tiempo hemos sabido que no existe tal tio y que todo es una leyenda para acojonar a los niños y que se comporten educadamente a la mesa.
Petonets, y a cuidar de Martina.
Arcadio, no se blanquea con rodillo. En tu próxima visita a casa de mis padres... aprovecha y que la abuela te explique los entresijos de tan ancestral oficio.
Estará encantada de explicártelo con todo lujo de detalles. ¡¡Ánimo y paciencia!!
dios, qué horror...
Manoli
que fuerteeeee|
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