Apenas debía contar seis o siete años cuando acudí por vez primera al cine a ver una película de Bruce Lee. Se trataba de Operación Dragón, y la sala en la que la proyectaban, de cuyo nombre no guardo memoria, estaba en la Ciudad Meridiana, donde acabaron recalando un importante número de familias inmigrantes procedentes del sur de España, entre ellas la mía. Vivíamos en las proximidades de la Plaza Roja, un barrio lindante al de Torre Baró, por aquel entonces un lodazal de cuyo cieno surgieron no pocos delincuentes adocenados, alguno de los cuales cometieron el desatino, los muy insensatos, de elegir como líderes a mis hermanos para llevar a cabo sus fechorías. Así les fue, (pero esa es otra historia).
El caso es que al poco de comenzar el film, justo en el momento en que Bruce Lee se disponía a batirse con el malo de la película en un combate que acabaría pasando a la historia por su plasticidad y coreografía perfecta y ciertamente asombrosa para lo acostumbrado en la época, la proyección se interrumpió y la sala fue desalojada de inmediato en medio del estupor y fastidio general. Por lo que recuerdo la causa esgrimida fue una amenaza de bomba que, de más está señalar, resultó falsa. No fue hasta años después, con la invención del video, que pude alquilar y contemplar por fin no sólo el resto de metraje de Operación Dragón, sino también toda su breve filmografía. Hasta ese entonces hube de conformarme con ver cientos de películas de factura delezanble (no es que las de Bruce Lee fueran obras maestras, pero su concurso les proporconaba cierto aura) protagonizadas por dobles del pequeño dragón, la mayoría de los cuales guardaban un parecido discutible y carecían del carisma apabullante y la presencia magnética del actor de origen chino aunque nacido en Estados Unidos, una circunstancia ésta, su procedencia norteamericana, por pocos conocida. Bueno es saber, además, que muchos de los primeros gimnasios dedicados a la enseñanza de las artes marciales que se abrieron en la época y que aún permanecen deben su existencia a la influencia que el actor provocó en sus dueños.
De niño siempre sentí una devoción ciega por él. Cuando yo tenía más o menos diecisiete años –ya no tan niño, bien cierto– apareció una revista mensual que llevaba su nombre, un proyecto que sacó adelante un hombre que había pasado parte de su vida coleccionando toda suerte de objetos relacionados con Bruce Lee. La revista (que todavía conservo como oro en paño) publicaba fotografías inéditas y detalles de su vida por completo desconocidos y no pocos documentos sorprendentes, como una fotocopia del informe forense que revelaba las causas de su muerte: un edema cerebral causado por la ingestión de un medicamento llamado Ecuasic al que el actor resultó ser alérgico. Nada que ver, pues, con las conjeturas descabelladas que se propagaron en relación a su fallecimiento, entre las que se contaba la de que en realidad no había muerto y se había refugiado en la misma isla que acoge a todos los famosos fallecidos prematuramente, condición indispensable para alcanzar la categoría de mito.
Uno de los motivos por los que el anuncio de Bruce Lee ha tenido tanto éxito (se trata, por cierto, de una entrevista realizada por la televisión de Hong Kong, cuyo contenido íntegro, doblada al español, se puede ver en este video) es, en mi opinión, a causa de la descontextualización de la figura de un personaje que jamás había sido contemplado fuera del escenario en que se desarrollaban sus películas. Cualquier estrella observada al margen de los artificios que proporciona el cine corre el riesgo de caer en la mediocridad, no así Bruce Lee. Hasta la aparición de ese breve fragmento mostrado en el anuncio, la mayoría de españoles no había tenido oportunidad de escuchar su voz, e ignoraba, asimismo, pormenores significativos de su vida, como que era miope o que siendo niño protagonizó muchas películas y se convirtió en una especie de niño prodigio similar a Joselito, o que estudió Filosofía en la universidad y escribió varios libros en relación a ella y las artes marciales, de las que era un profundo conocedor y estudioso, de todas ellas sin excepción independientemente de cuál fuera su procedencia y disciplina, incluido el boxeo, deporte al que era un gran aficionado, y a cuya influencia se debe los saltitos y esa especie de danza que efectuaba en las películas en torno al contrincante de turno, tan emulada luego por generaciones de adelescentes. Su vasto conocimiento en las diferentes luchas lo condujo a crear su propio arte marcial: el Jeet Kune Do. Una empresa al alcance de muy pocos.
El caso es que al poco de comenzar el film, justo en el momento en que Bruce Lee se disponía a batirse con el malo de la película en un combate que acabaría pasando a la historia por su plasticidad y coreografía perfecta y ciertamente asombrosa para lo acostumbrado en la época, la proyección se interrumpió y la sala fue desalojada de inmediato en medio del estupor y fastidio general. Por lo que recuerdo la causa esgrimida fue una amenaza de bomba que, de más está señalar, resultó falsa. No fue hasta años después, con la invención del video, que pude alquilar y contemplar por fin no sólo el resto de metraje de Operación Dragón, sino también toda su breve filmografía. Hasta ese entonces hube de conformarme con ver cientos de películas de factura delezanble (no es que las de Bruce Lee fueran obras maestras, pero su concurso les proporconaba cierto aura) protagonizadas por dobles del pequeño dragón, la mayoría de los cuales guardaban un parecido discutible y carecían del carisma apabullante y la presencia magnética del actor de origen chino aunque nacido en Estados Unidos, una circunstancia ésta, su procedencia norteamericana, por pocos conocida. Bueno es saber, además, que muchos de los primeros gimnasios dedicados a la enseñanza de las artes marciales que se abrieron en la época y que aún permanecen deben su existencia a la influencia que el actor provocó en sus dueños.
De niño siempre sentí una devoción ciega por él. Cuando yo tenía más o menos diecisiete años –ya no tan niño, bien cierto– apareció una revista mensual que llevaba su nombre, un proyecto que sacó adelante un hombre que había pasado parte de su vida coleccionando toda suerte de objetos relacionados con Bruce Lee. La revista (que todavía conservo como oro en paño) publicaba fotografías inéditas y detalles de su vida por completo desconocidos y no pocos documentos sorprendentes, como una fotocopia del informe forense que revelaba las causas de su muerte: un edema cerebral causado por la ingestión de un medicamento llamado Ecuasic al que el actor resultó ser alérgico. Nada que ver, pues, con las conjeturas descabelladas que se propagaron en relación a su fallecimiento, entre las que se contaba la de que en realidad no había muerto y se había refugiado en la misma isla que acoge a todos los famosos fallecidos prematuramente, condición indispensable para alcanzar la categoría de mito.
Uno de los motivos por los que el anuncio de Bruce Lee ha tenido tanto éxito (se trata, por cierto, de una entrevista realizada por la televisión de Hong Kong, cuyo contenido íntegro, doblada al español, se puede ver en este video) es, en mi opinión, a causa de la descontextualización de la figura de un personaje que jamás había sido contemplado fuera del escenario en que se desarrollaban sus películas. Cualquier estrella observada al margen de los artificios que proporciona el cine corre el riesgo de caer en la mediocridad, no así Bruce Lee. Hasta la aparición de ese breve fragmento mostrado en el anuncio, la mayoría de españoles no había tenido oportunidad de escuchar su voz, e ignoraba, asimismo, pormenores significativos de su vida, como que era miope o que siendo niño protagonizó muchas películas y se convirtió en una especie de niño prodigio similar a Joselito, o que estudió Filosofía en la universidad y escribió varios libros en relación a ella y las artes marciales, de las que era un profundo conocedor y estudioso, de todas ellas sin excepción independientemente de cuál fuera su procedencia y disciplina, incluido el boxeo, deporte al que era un gran aficionado, y a cuya influencia se debe los saltitos y esa especie de danza que efectuaba en las películas en torno al contrincante de turno, tan emulada luego por generaciones de adelescentes. Su vasto conocimiento en las diferentes luchas lo condujo a crear su propio arte marcial: el Jeet Kune Do. Una empresa al alcance de muy pocos.
4 comentarios:
Un documento intererante este video no lo había visto nunca.
Los que crecimos a tu lado somos conciente de tú admiración, a el y de tu aficion a hacerte luchacos con los palos de las escobas, y cadenas que te comprabas en la ferretería, ¡que recuerdos aquellos...!
Las mofas y burlas que ha creado el famoso anuncio sobre una leyenda como el, solo las predican ignorantes de la historia de Bruce Lee.
Por otra parte, es lógico que cualquier ser humano ignore lo que no le ha interesado nunca, pero lo más atrevido, es regodearse de una frase que en el fondo la mayoría no entienden.
Afortunadamente, queda gente que muestra a los demás un pequeño fragmento de lo en realidad era Bruce a parte de un gran maestro y persona, un filósofo.
Sergi
y la de ostias que me llevé yo de tu parte cuando ensayabas en mí tu impersonificación de Bruce Lee...Todavía recuerdo el medio giro de cabeza, la mirada del tigre mientras te pasabas el pulgar por el lateral de la nariz y el gritito que precedía cada uno de alquellos sopapos...pormenores de ser la hermana pequeña y dócil...
Manoli
Aqui tens la rèplica, "Be water my friend" ( juas juas...)
http://absurddiari.blogspot.com/
salut company!
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