Tiene cojones la cosa, pienso en el metro cuando hecho un vistazo por encima del hombro de alguien que lee prensa gratuita, y alcanzo a distinguir un gran titular que reza: Tenían la casa hecha un asco pero un televisor en cada habitación. Desconozco los pormenores de los que da cuenta la noticia porque estoy demasiado alejado para leer el resto de texto, y a decir verdad tampoco siento un interés particular por conocerla. Sí me llama la atención, en cambio, ese titular que se me antoja más propio de dos amas de casa que estuvieran lamentando la dejadez de un hijo descuidado que de un periodista al que se le supone cierto sentido literario o un mínimo escrúpulo a la hora de escribir con rigor. Me pongo a pensar en la intención que persigue ese titular y no soy capaz de descifrar si pretende denunciar la desidia y la propensión a relajar los hábitos higiénicos que tiene por costumbre el personal, o en cambio desea alertar respecto a lo innecesario de hacer acopio compulsivo de televisores, o ambas cosas a un tiempo, es decir, si al acumularlos corres el riesgo de descuidar las tareas domésticas, pero descarto de inmediato esa última posibilidad porque mis suegros tienen cinco televisores distribuidos por toda la casa y ésta siempre goza de un aspecto impecable. Al evocar a los padres de mi señora esposa me pregunto por qué un domicilio habitado por tres personas necesita cinco televisores, habida cuenta que la mayoría de las veces están apagados, a excepción del que entretiene a la señora Isabel, la nonagenaria abuela de mi mujer y madre de mi suegra, que con serias dificultades de movilidad le resulta indispensable disfrutar de alguna distracción con la que entretener las horas. Caigo entonces en la cuenta de que doña Isabel es prodiga también en la elaboración arbitraria de titulares a partir de las noticias que escucha de los distintos informativos que ve a lo largo del día, y más de una vez, al entrar en la habitación a saludarla, me ha confiado la exclusiva de un suceso trágico (no existe anciano que no sienta placer en dar cuenta de ellos) cuyo parecido con la realidad suele ser ciertamente casual cuando no inexistente. Doña Isabel, como toda abuela que se precie, tiene el hábito de alertar a sus nietas de toda suerte de peligros acechando en las calles, y les previene cansinamente de no relacionarse con aquellas personas susceptibles de guardar algún parecido con el perfil de delincuente que acostumbra a aparecer en los programas de sucesos a los que es adepta. Tiempo después de iniciar nuestra relación le pregunté a mi señora qué fue lo que primero que su abuela había dicho de un servidor cuando me conoció. Que eras muy enano para mí, me respondió, y no pude por menos de sentirme aliviado, porque conociendo su carácter irascible y su afición a elaborar juicios inmisericordes de todo el que se pone a su alcance, y su predisposición a decir en todo momento cuanto piensa y además de la manera más destemplada, que mi escasa estatura fuera lo único que la había incordiado era como para sentirse afortunado.
Fuera de los que le inspiran esos programas de crónica negra a los que es aficionada, doña Isabel lanza, de tanto en tanto, titulares o sentencias que trasmiten más emoción y poseen más literatura y trascendencia que cualquiera de los que acierte a inventar en un año uno de esos periodistas mediocres. El pasado verano la ingresaron en un hospital por culpa de una seria dolencia de la que ella pensaba no saldría airosa. Nada más entrar en la habitación le pregunté cómo estaba, ella me miró fijo y a continuación dirigió la mirada acuosa hacia el gran ventanal al tiempo que sentenció: “Aquí estamos: esperándola”.
Al hilo de ese recuerdo concluyo que para el hallazgo de un buen titular periodístico se emplean pautas similares a las que adopta un escritor al inicio de una obra nueva. En los manuales clásicos de creación literaria existe una máxima –en franca decadencia, bien es cierto– según la cual es aconsejable comenzar toda narración con una frase deslumbrante que atrape el interés del lector de tal manera que no pueda dejar de leerlo hasta el final. Me pongo a pensar cuál podría dar comienzo a esta crónica y soy presa del desaliento al constatar que la única que se me ocurre carece de rigor y es tan irreverente y mediocre como el titular que ha provocado este escrito: Tiene cojones la cosa.
Fuera de los que le inspiran esos programas de crónica negra a los que es aficionada, doña Isabel lanza, de tanto en tanto, titulares o sentencias que trasmiten más emoción y poseen más literatura y trascendencia que cualquiera de los que acierte a inventar en un año uno de esos periodistas mediocres. El pasado verano la ingresaron en un hospital por culpa de una seria dolencia de la que ella pensaba no saldría airosa. Nada más entrar en la habitación le pregunté cómo estaba, ella me miró fijo y a continuación dirigió la mirada acuosa hacia el gran ventanal al tiempo que sentenció: “Aquí estamos: esperándola”.
Al hilo de ese recuerdo concluyo que para el hallazgo de un buen titular periodístico se emplean pautas similares a las que adopta un escritor al inicio de una obra nueva. En los manuales clásicos de creación literaria existe una máxima –en franca decadencia, bien es cierto– según la cual es aconsejable comenzar toda narración con una frase deslumbrante que atrape el interés del lector de tal manera que no pueda dejar de leerlo hasta el final. Me pongo a pensar cuál podría dar comienzo a esta crónica y soy presa del desaliento al constatar que la única que se me ocurre carece de rigor y es tan irreverente y mediocre como el titular que ha provocado este escrito: Tiene cojones la cosa.
6 comentarios:
Me ha encantado, me he reido en silencio, por no molestar a mis compañeros de trabajo, pero en cuanto llegue a casa me la vuelvo a leer y no me cortaré en mis carcajadas.
Es una entrada divertida a la vez que entrañable, sobre todo por la prota que mañana cumple 92 años.
(Que esta entrada y este comentario sirvan de homenaje)
Pilar
Felicidades para doña Isabel, que 92 años no se cumplen todos los dias.
Enhorabuena Arcadio por las mas de cuatro mil visitas que ha recibido ya tu blog, estas hecho un crack, y tienes una legion de fans incondicionales.
Un saludo
Felicidades a la señora Isabel, de la que ya somos fans toda la familia. A mi la primera vez que me vio la madre de David el comentario que soltó es que tenía los dientes muy sanos. Me he sentido mujer-caballo desde entonces...
Manoli
Hoy la abu, bueno, mi yaya, Doña Isabel, cumple 92 años. Me uno a mi hermana, y desde este post y gracias a Arcadio, le envío un BESAZO enorme por su cumple.
Este mediodía iré a verla. Seguro que me alerta del peligro de las carreteras, de lo mal que va a estar el tiempo este fin de semana y aprovechará para contarme alguna historia macabra que su mente haya tergiversado o no (a veces la realidad, incluso, la supera a ella).
A pesar de todo lo que me dice, y me ha llegado a decir auténticas barbaridades, solo espero que año que viene cumpla los 93! Tiene superar la edad de su madre, 96 años. Tiene moral, y cojones, para que si se lo propone lo conseguirá. ¡Ánimo yaya! ¡Tu puedes!
Felicidades a la abu por esos 92 años,de veras que es un personaje.
cuando la escucho decir todo lo que piensa y en el momento que le da la real gana, de verdad que la admiro.
cuando uno llega a esa edad, lo de guardar las formas deve ser ser una gilipollez, o mucho me equivoco o conociendola lo poco que la conozco creo que a ella eso de gurdar las formas se la ha traido floja hasta con 30 años.
FELIZ CUMPLEAÑOS
mis felicitaciones tambien para la abuela Isabel,menos mal que solo te vio bajito jajaja,bueno me encanta leer todo lo que escribes y espero que sigas haciendolo mucho tiempo,y a ti Manoli no tenga complejo de caballo muchas quisieran tener tu cara.
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